Eres grande mujer, eres madre. No lo dudes ni por un momento. Eres dadora de vida, puedes estar despeinada, en pijama todo el día, pasarte días sin mirarte en un espejo y seguir siendo la luz de sus ojos. No te olvides de lo bella que eres. No te olvides de cuidar (con el mismo celo y empeño que pones en todo lo demás) a tí misma y al templo de tu espíritu. No te olvides de ti en la vorágine de la maternidad. No te pierdas, permite que la maternidad sea el camino hacia el reencuentro contigo misma, más poderosa y renovada.
Si no te sale cuidarte por tí, hazlo por ellos. Que tus hijos sean el motor que te impulse a valorarte, a dedicarte el tiempo que te mereces. A descubrir la reina que siempre has sido. Pero no de esas que caminan con zapatos de cristal, y van encorsetadas conteniendo el aliento. Más bien sé de esas que corren descalzas por el monte, que se sueltan la melena en la cama, que se arrastran por el suelo partidas de la risa con sus hijos y disfrutan saltando en los charcos.
Querida mía, mímate, regálate momentos memorables, sola, con tu pareja, en familia, con amigos. Y deja que tu corazón se regocije con el placer de la vida.
Dedicado a las reinas de mi vida, y en especial a mi Reina interior.
También gracias al tío Keivan, por contagiarme su pasión por correr por el monte de noche, a la luz de la luna. No hay lugar donde una pueda escucharse mejor.